Todo se transforma
Por Enrique Pinti | LA NACION - Revista
A cierta altura de nuestras vidas comenzamos a ver
que todo cambia, que las pautas de conducta son otras, que los valores
varían y que lo inaceptable se vuelve normal. La primera reacción es la
negación, más tarde llega la indignación que luego desemboca en una
profunda amargura. Es lógico y comprensible que nos sintamos relegados,
fuera de norma y marginados ante el avance muchas veces violento de
crisis sociales que marcan drásticos cortes en nuestra existencia. Pero
toda tormenta tiene su fin y al retornar la calma se impone pensar,
repensar y reflexionar acerca de los porqués de tantos cambios.
Muchas veces los descubrimientos y avances tecnológicos
crean nuevas alternativas que, a pesar de sus ventajas aparentes,
implican reformas que muchos no pueden absorber naturalmente.
Las guerras, declaradas o subterráneas, los descalabros
económicos y financieros, las burbujas del supuesto bienestar casi
nunca sostenido por unas bases sólidas, la miseria y el hambre que nunca
pasan de moda (este veterano recuerda las horribles imágenes del hambre
en la India, en Africa y en regiones de América latina, vistas en
noticieros, periódicos y documentales de hace más de medio siglo), todos
esos factores y muchos más derivados de estas situaciones límites
conducen a siniestros cambios de perspectivas de vida. El ser humano
castigado por estas plagas puede caer en el escepticismo, la abulia, la
violencia o el delito como modus vivendi observando qué mal se pagan la
honradez y el trabajo honesto en sociedades enfermas de ambición de
poder donde todo vale para trepar pisando ideales, sueños e inocencias.
Aunque nos hagamos los distraídos por ignorancia,
indiferencia o mala fe, no podemos negar que todas esas tormentas dejan
tendales de buenos principios revolcados en el barro de una realidad
cruel.
También es cierto que algunos pueblos se levantan de
sus propias ruinas, trabajan, producen y miran para adelante sin olvidar
el pasado que los condujo a la ruina. Los que no lo hacen y se
reconstruyen cometiendo los mismos errores que los que los llevaron a
esas crisis más tarde o más temprano volverán a cometer abusos que
fatalmente los harán desembocar en crisis que usualmente lastiman a los
sectores más indefensos de la escala social. Y allí volverán a caer en
desuso los valores de honradez, juego limpio y trabajo honesto que serán
evocados por los viejos como un mundo que era mejor y que estos jóvenes
han destruido.
No es casual que luego de las grandes guerras, éxodos,
exilios y emigraciones forzosas hayan sobrevenido períodos de
reconstrucción desde las fatigas del laburante honesto, ahorrativo y
decidido a que sus hijos tengan lo que a ellos les fue negado. Muchos
pueblos del mundo dieron ejemplo sobreponiéndose al racionamiento, la
falta de espacios habitacionales dignos, ollas populares y desempleo.
Desde el pueblo inglés de una Gran Bretaña bombardeada
en la posguerra, allá por 1945, hasta los alemanes resurgiendo de las
cenizas de esa misma guerra que por añadidura los marcó como el pueblo
que eligió, aplaudió y sostuvo al nazismo, pesada mochila que cargaron
durante largos años.
Nuestro país, refugio de tantos desheredados de Europa,
contó con esas voluntades y esos brazos trabajadores que insuflaban
optimismo al eternamente deprimido criollo que se quejaba de la humedad y
de su propia viveza. Era muy común en mi infancia escuchar a italianos,
españoles, polacos, rusos y japoneses decir: "Ustedes no saben qué país
tienen", y lo demostraban rompiéndose el alma y otras partes más
prosaicas trabajando a destajo.
Por eso en lugar de escandalizarse por los cambios (que
muchas veces son irritantes para los veteranos, eso es innegable)
tenemos que saber que nada es gratis, que muy poco es casual y muchísimo
sigue siendo causal.
Seguramente no vamos a arreglar nada pensando y
evaluando, pero nos vamos a hacer menos mala sangre y no vamos a
maldecir lo que no entendemos. Eso sin olvidar que no todo lo que cambió
es malo, la falta o por lo menos la disminución de discriminaciones
obsoletas y salvajes es uno de los muchos ejemplos de que no todo está
perdido.
Enrique Pinti El autor es actor y escritor
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/