UN RELOJ MUY ESPECIAL - ¡ HUMANO !

domingo, 20 de septiembre de 2009

EL FARO DE ALEJANDRÌA - JOSÈ ENRIQUE RODÒ



El Faro de Alejandría
El primero y más grande de los Tolomeos se propuso levantar, en la isla que tiene a
su frente Alejandría, alta y soberbia torre, sobre la que una hoguera siempre viva
fuese señal que orientara al navegante y simbolizase la luz que irradiaba de la
ilustre ciudad. Sóstrato, artista capaz de un golpe olímpico, fue el llamado para
trocar en piedra aquella idea.
Escogió blanco mármol; trazó en su mente el modelo simple, severo y majestuoso.
Sobre la roca más alta de la isla echó las bases de la fábrica y el mármol fue
lanzado al cielo mientras el corazón de Sóstrato subía de entusiasmo tras él.
Columbraba allá arriba, en el vértice que idealmente anticipaba, la gloria. Cada
piedra, un anhelo: cada forma rematada, un deliquio. Cuando el vértice estuvo, el
artista contemplando en éxtasis su obra, pensó que había nacido para hacerla. Lo
que con genial atrevimiento había creado era el Faro de Alejandría, que la
antigüedad contó entre las siete maravillas del mundo.
Tolomeo, después de mirar la obra del artista, observó que faltaba al monumento
un último toque y consistía en que su nombre de rey fuera esculpido, como sello
que apropiase el honor de la idea, en encumbrada y bien visible lápida.
Entonces Sóstrato, forzado a obedecer, pero celoso en su amor por el prodigio de su
genio, ideó el modo de que la posteridad que concede la gloria, fuera su nombre, y
no el del rey el que leyesen las generaciones sobre el mármol eterno.
De cal y arena compuso para la lápida de mármol una falsa superficie y sobre ella
extendió la inscripción que recordaba a Tolomeo, pero debajo, en la entraña dura y
luciente de la piedra, grabó su propio nombre.
La inscripción que, durante la vida del Mecenas, fue engaño de su orgullo, marcó
luego las huellas del tiempo destructor, hasta que un día, con los despojos del
mortero, voló hecho polvo vano el nombre del príncipe.
Rota y aventada la máscara de cal, se descubrió en lugar del nombre del príncipe, el
de Sóstrato, en gruesos caracteres, abiertos con aquel encarnizamiento que el
deseo pone en la realización de lo prohibido.
Y la inscripción vindicadora duró cuanto el mismo monumento; firme como la
justicia y la verdad; bruñida por la luz de los cielos en su campo eminente; no más
sensible que la mirada de los hombres, al viento y a la lluvia.
Un arranque de sinceridad y libertad que te lleve al fondo de tu alma, fuera del
yugo de la limitación y la costumbre, fuera de la sugestión persistente que te
impone modos de pensar, de sentir, de querer , que son como el ritmo isócrono del
paso del rebaño, puede hacer de tí, lo que la obra justiciera del tiempo verificó en la
inscripción de la torre de Alejandría.
Deshecho en polvo leve, caerá de la superficie de tu alma cuanto allí es vanidad,
adherencia, remedo; y entonces, acaso por primera vez, conocerás la verdad de tí.

José Enrique Rodó


No hay comentarios: