LOS ESPEJOS
Autor: Bruno Ferrero
Un día descubrió Satanás un modo de divertirse.
Inventó un espejo diabólico con una propiedad
mágica: en él se veía feo y mezquino todo
cuanto era bueno y hermoso y, en cambio, se
veía grande y detallado todo lo que era feo y
malo.
Satanás iba por todas partes con su terrible
espejo. Y todos cuantos se miraban en él se
horrorizaban: todo aparecía deforme y monstruoso.
El Maligno se divertía de lo lindo con su espejo.
Cuanto más repugnantes eran las cosas más le
gustaban. Un día le pareció tan delicioso el
espectáculo que se desternilló de risa. Se rió
tanto que el espejo se le fue de las manos y se
hizo trizas, partiéndose en millones de pedazos.
Un huracán, potente y perverso, desperdigó por
todo el mundo los trozos del espejo.
Algunos trozos eran más pequeños que un
granito de arena y penetraron en los ojos de
muchas personas. Estas personas comenzaron
a verlo todo al revés: sólo percibían lo que era
malo de manera que sólo veían la maldad por
todas partes.
¿No os habéis encontrado, acaso, con hombres
de ese tipo?
Cuando Dios se dio cuenta de lo que había
pasado se entristeció. Y decidió ayudar a los
hombres. Se dijo: “Enviaré al mundo a mi Hijo.
El es mi imagen, mi espejo. Es el reflejo de mi
bondad, de mi justicia y de mi amor. Refleja al
hombre como Yo lo he pensado y querido”.
Y Jesús vino como un espejo para los hombres.
Quien se miraba en él descubría la bondad y la
hermosura y aprendía a distinguirlas del egoísmo
y de la mentira, de la injusticia y del desprecio.
Muchos amaban el espejo de Dios y siguieron a
Jesús. Otros, en cambio, rechinaban de rabia y
decidieron romper este espejo de Dios. Y lo
asesinaron.
Pero bien pronto se levantó un nuevo y potente
huracán: el Espíritu Santo. Arrastró los millones
de fragmentos por todo el mundo. El que recibe
una mínima centella de este espejo empezará a
ver al mundo y las personas como las veía Jesús:
lo primero que se refleja en ellas son las
cosas buenas y hermosas, la justicia y la generosidad,
la alegría y la esperanza. En cambio, la
maldad y la injusticia aparecen como vencibles y
cambiables.
Bruno Ferrero. “La silla vacía...”, p. 17
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